19.02.2018
Esta película llegó a mis manos en el momento perfecto, en las circunstancias idóneas. Sufro de una pequeña obsesión con Italia que me hace rebuscar en todos lados películas o libros que la tengan como escenario, y cuando leí la sinópsis de Call me, fue amor instantáneo. Está basada en un libro y la rompe en todos lados, tiene nominaciones y premios, y no puede esperarse menos.
Es verano, es 1983 y estamos en Italia. Ellio se establece en una casona con sus padres. No tiene mucho para hacer: se la pasa tocando el piano, transcribiendo música, cultivando su hábito de lectura y tonteando con sus amigos. Su padre, famoso profesor de arqueología, invita a un alumno del doctorado para que lo ayude, y Oliver, el americano seleccionado, entra en la escena para desacomodar todo y hacer de ese un verano difícil de olvidar.
Es una película única en todos los sentidos. Me gusta definirla así: verla es hacer un viaje de libertinaje romántico que cuando acaba te deja destrozado.
Digo que es un viaje y lo atribuyo, en primer lugar, a la fotografía. Posa el ojo de cámara en detalles tan humanos y naturales, por lo general son ignorados, y así es como te transportas con ellos al escenario. Por ejemplo, tenemos tomas de un durazno colgando del árbol, brillando al sol, y la secuencia en que Ellio lo corta y come. ¿Es necesario? No, pero eso conforma a la película y queda bien.
Tenemos escenas de Ellio tocando la guitarra sobre un árbol, o tirado sobre el pasto escuchando música y comiendo albaricoques y uvas. El hecho de que las escenas no finalicen donde deberían, sino que las lleven unos segundos mas allá, es una herramienta simple que pocas veces es usada y que, esta vez, aportó algo especial en la película. Escenas largas de los personajes haciendo nada -andando en bici, bañándose en el río, compartiendo un libro- alimentan la idea de estar ahí, con ellos, porque son cosas que todos hacemos alguna vez.
Digo que es un viaje y lo atribuyo, en primer lugar, a la fotografía. Posa el ojo de cámara en detalles tan humanos y naturales, por lo general son ignorados, y así es como te transportas con ellos al escenario. Por ejemplo, tenemos tomas de un durazno colgando del árbol, brillando al sol, y la secuencia en que Ellio lo corta y come. ¿Es necesario? No, pero eso conforma a la película y queda bien.
Tenemos escenas de Ellio tocando la guitarra sobre un árbol, o tirado sobre el pasto escuchando música y comiendo albaricoques y uvas. El hecho de que las escenas no finalicen donde deberían, sino que las lleven unos segundos mas allá, es una herramienta simple que pocas veces es usada y que, esta vez, aportó algo especial en la película. Escenas largas de los personajes haciendo nada -andando en bici, bañándose en el río, compartiendo un libro- alimentan la idea de estar ahí, con ellos, porque son cosas que todos hacemos alguna vez.